sábado, 15 de agosto de 2009

¿De qué tamaño es el mundo?

Artidoro Gracia/enero 09

Para que conozcas su tamaño y la inmensidad del mismo, empieza a sumar poco a poco todo aquello que lo forma, inicia ahora que ya vas tarde. Puedes iniciar con; esa huella que dejas sobre la tierra requemada, aquella florecilla perdida entre las agrestes rocas, la mano que roza el quicio de una puerta, un aliento que impulsa un tulipán, una mirada que abarca más allá de los montes pardos, la gota de sudor que huye de la frente, un silbido tras el gato que se escapa, una lechuza que canta y da la bienvenida al misterio del anochecer, la serpiente que repta en busca de un ratón errante, un pájaro que vuela como gaviota, las palomas que le arrancan ruidos al aire con su fuerte golpeteo, una espina que rasga la piel que la toca en un descuido, el martillo y el punzón que labran los minutos en la piedra, el salto de un sapo, un chapulín en la breña, una cucharada de miel, el reflejo en el agua de un gorrión que surca el cielo, un latido de las venas, una abrazo que conforta, la rana que croa en la llovizna, un trago de atole de maíz, una hormiga que arrastra una hoja de eucalipto, la centella que brilla atrás de la cortina de agua, un goteo incesante durante la noche, un cotorro que mueve los ojos, un barquillo de papel hecho por las manos de un niño travieso, una melancolía ante el paso de una bella dama, un rocío que riega el césped en la madrugada, una buganvilia que acompaña a la jacaranda, un aroma y una risa desde la hornilla cuando se llega a casa, un canturreo de una avispa pegada a la ventana, un vacilante vuelo de la mariposa roja, un pleito de tórtolos en el follaje, una plaza que se llena con la tarde, un camino que baja, sube y alcanza a besar al horizonte, una rosa cortada furtivamente en el jardín de un vecino, un pato que vuela y aterriza ruidosamente en el agua verde de la laguna, una abeja que erra y quiere cruzar el cristal, un mosquito que bebe de tu sangre, un sopor que agota con delicia tus flacas fuerzas, una almohada que recoge tu cabello de las sienes, una sábana blanca que oculta los pensamientos, un par que se aman sin medida...
Y así, hasta lo inconmensurable. Si te atreves a pensar que has terminado y si te animas a voltear la vista sobre el hombro, aquello que has contado no será ya lo mismo; la huella del pie estará con polvo encima, la florecilla marchita o florecida, la mano con estrías marcadas, el tulipán sin recibir alientos, los montes antes pardos, llenos de primavera o sin ramaje, el sudor de la frente surcando nuevas arrugas, no se escuchan ecos del silbido tras el gato, ahora en pos del gato hay gatitos, con del amanecer la lechuza habrá levantado el vuelo, la serpiente saciado el hambre con dos ratones, la gaviota surcando los mares en busca de más tierra seca, las palomas posadas en el árbol grande, en la piel, la cicatriz de la espina hincada, en las piedras los minutos sumarán días y meses, el sapo se ha enterrado en las cáscaras de lodo y el chapulín ha desaparecido, la cuchara con mieles de otras pencas, el gorrión en las garras del depredador, las venas dilatadas, los abrazos serán para otros pechos, la rana junto al sapo en la laguna, el atole cambió por una cerveza fría, la hormiga acarrea hojas de laureles, la centella desapareció con la llegada de mayo, la fuente rebosante con las gotas en fuga, el cotorro con los ojos cerrados hurgando en el plumaje de su cotorra, el barquillo zozobrado en el riachuelo, el dejo de melancolía convertido en una gran sonrisa ante la dama conquistada, el césped recién cortado, la jacaranda ahora abraza a la buganvilia, el aroma en casa es de una cena con luces de románticos candiles, el canturreo de la avispa ha desaparecido, la mariposa convertida en miles de ella misma, los tórtolos reproducidos como conejos en los matorrales, la plaza llena de madrugadas y con adoquines nuevos, el camino más ancho y transitado, el vecino a falta de rosas ahora siembra nochebuenas, los patos y el agua de la laguna en un eterno idilio, el cristal con tela para las abejas, el mosquito sin la sangre de tu sangre en un jolgorio, las fuerzas recuperadas después de un jarro de agua fresca, la almohada en funda nueva recogiendo las sonrisas, la sábana con el mismo color de la piel dorada.
Y vuelves a empezar en el mismo punto.
De ese tamaño es el universo y crece más rápido que cualquiera de nosotros. Te lo dije, ya vas tarde.

martes, 11 de agosto de 2009

Hombre que vuela

Agosto 2009


En la madrugada llegué en silencio a tu lecho y me recosté a tu lado. Sentí el latir de tu corazón y el correr de la sangre por tus venas. ¡Cuánto calor emanaba de tu cuerpo dormido! Acaricié tu cabello con temor a despertarte. Pero seguías profundamente inmerso y me hubiera gustado saber lo que había en tus sueños. Imaginé tal vez que volabas, con grandes alas e ilusiones y no quise interrumpirte. Me adapté al ritmo de tu respiración para impulsarte más en ese posible vuelo. Y no resistí la tentación de besar tu mejilla y noté una incipiente barba que no te conocía.
Desvié la mirada y encontré unos vellos en tus piernas desnudas. Y me sentí un extraño. Te habías convertido en lo que ya eres, en todo un hombre.
Seguí abrazado a ti y escuché el aliento del niño dormido. No pude distinguir si había una sonrisa en tus labios. Supongo que sí. Siempre la tienes dibujada en el rostro. Por eso, cuando te miro pensativo y triste, sufro.
Cuando te abrazaba por la ancha espalda, quise transmitirte mis sentimientos. Ojala y mientras vueles, los hayas percibido, si no es ahora, mañana cuando te despiertes. Y cuando lo hagas, ¿sabes? ahí estaré cerca, contigo, como ahora lo estoy, sintiendo los fuertes brazos que aún te crecen. Porque estás creciendo y no lo notas. Pero yo, cuando salgo de viaje y pasan días sin mirarte, a mi regreso, te veo más fuerte, más completo. Estás perdiendo esas últimas facciones infantiles de tu mirada.
Porque la necesitaba, seguí aferrado a tu calidez. Eres ya un hombre que vuela.

sábado, 8 de agosto de 2009

Ceguera

Artidoro Gracia, agosto/09

Avanzaba dando tumbos, casi a ciegas y a rastras, con la bayoneta en mano, tumbando maleza para abrirme camino. De pronto, amor, tu cuerpo cayó a mi lado. Sin darme cuenta, te había cortado las alas con el cuchillo.

Y no escuché ni un reclamo tuyo, ni con tu mirada. Sólo lamentaste en silencio mi ceguera de siempre.

miércoles, 5 de agosto de 2009

Brillos en el lodo

Artidoro Gracia, agosto/09

Al hundir los pies descalzos en el lodo de la calle, siento que piso algo redondo y duro. Meto las manos hasta alcanzarlos. Con el agua de un pequeño charco, les lavo el barro. Son pedazos de cobre y poco a poco, me doy cuenta que son monedas antiguas que brillan. Para mí, es mucho dinero. Vuelvo a meter las manos y encuentro otra, y otra, y una más. ¡No lo puedo creer, me he encontrado lo que parece ser un tesoro!
Mis fantasías infantiles son realidad. Siempre he soñado con encontrar dinero para poder comprarme los regalos que nunca he tenido.
Sentado en el lodo, manoteo con desesperación y limpio las monedas en los pantalones empapados, están batidos en el barro. Sigo excavando con mis torpes manos. Cuantas veces hundo los dedos en el agua lodosa, más monedas encuentro. Son muchas. Las amontono en un cartón colocado a la orilla de la charca. Siempre que llueve, la calle se convierte en un río de fango y charcos. Es ancha, deforme, limitada por las pocas casas que están en medio de los corrales y grandes patios. Ahora están entre la niebla y la pertinaz llovizna.
Cuando he llenado los cuatro bolsillos y sin saber porqué, empiezo a volar por encima de la calle, de los techos y establos. ¡Otra fantasía hecha realidad! Siempre había soñado con poder volar.
Alcanzo una nube espesa. ¡Ahí también hay monedas que vuelan junto conmigo! Parecen bandadas de palomas que me acompañan. Las nubes están llenas de dinero; de plata, cobre y oro. Monedas por doquier que caen a la calle y me afano por atraparlas.
Veo el techo de tierra húmeda de mi casa. Afuera, unas vacas con el agua casi rozándoles las panzas, las gallinas se guarecen debajo de un árbol. Un gato que chorrea gotas, arrastra su cola mientras cruza el patio. Vuelo por encima del paisaje triste y lluvioso. Llueven monedas y nadie se da cuenta, yo soy el único que está afuera. Me elevo; más arriba, más alto, hasta alcanzar lo que creo que es un cielo brillante.
Sigo recogiendo monedas con ambas manos, son interminables. Mi cuerpo se llena de ellas y lo siento muy pesado. Agito los brazos y piernas con mucho esfuerzo. Cada vez, un mayor peso en la espalda me sofoca. No puedo respirar. Las nubes se transforman en tierra pastosa, llenas de lodo, de granizo y de truenos. Las monedas ahora me resultan grotescas, con caras horribles que me sacan la lengua y se convierten en una pesadilla que me espanta. Ya no puedo volar. Engarrotado por el peso, las empiezo a soltar a puños, a lanzarlas hacia abajo, hacia la calle, me resultan una espantosa opresión en el pecho que me corta la respiración.
En mi cuarto, el agua sube lentamente hasta llegarme al cuello, a la nariz, y me ahoga. Ya no hay más tesoros ni fantasías, sólo mi catre que se mece en medio de un río de agua y lodo. Es la cruda realidad de un niño que se hace hombre.

sábado, 1 de agosto de 2009

Mosquito del amor


Artidoro Gracia /Agosto 2009

Es de noche y hace calor. La ventana está abierta y las cortinas se mueven con la brisa que refresca los cuerpos semidesnudos de la pareja. Yacen separados en la cama. Ella duerme.
¿Por qué su mujer dejó de parecerle bella? Han pasado meses y ya no recuerda cuándo por última ocasión, recorrió esa piel que, en ese entonces, le parecía maravillosa.
Se vuelve dándole la espalda, apaga la luz en el buró e intenta conciliar el sueño.
Mientras cae en un leve sopor, escucha distante a un mosquito que ha entrado a la recámara. Primero lo percibe como un lejano siseo, después como si fuera un minúsculo helicóptero que le roza la piel queriendo posarse en ella. Lo espanta con la mano y el zumbido va y viene. Se mece en el aire. Va y viene. No cesa.
Y en ese bamboleo adormecedor, se debate en los pensamientos de su situación matrimonial. El mosquito lo hechiza como si fuera la música de un violín. Con lentitud asombrosa, inicia una paulatina metamorfosis. Sus brazos y manos se introducen en las alas del insecto; primero los dedos, luego la mano entera y cuando termina con las piernas, su cuerpo se ha puesto por completo el traje del mosquito, haciendo de él, el suyo propio, fino y con patas esbeltas. Ahora se mira provisto de alas largas y delgadas. Un segundo par de aletas, son una especie de balancines que utiliza para mantener el equilibrio. Cobra una nueva vida. Sus antenas son plumosas y una enorme espada le nace de la boca, larga y filosa con la que se alimenta. Se la mira emocionado, tiene hambre y está dispuesto a utilizarla.
Así, transformado, se encuentra tirando del timón en varias direcciones. Abajo, ve a unos brazos que manotean de cuando en cuando espantándose el zumbido que provoca. Ahora vuela en zigzag en busca de alimento y se encuentra con aquella piel de la mujer que lo deslumbra. ¡Tanta belleza abandonada!
Unas colinas blancas, coronadas con pequeños montículos oscuros, lo invitan a encajar su espada hambrienta. Pero se contiene antes de ultrajar aquella belleza indescriptible. Queda pasmado contemplando el sedoso cutis.
¿Cuánto tiempo transcurrido desde que besó con labios de hombre ese par de montes que ahora lo deslumbran siendo un insecto?
Los mira tan de cerca, sobrevolándolos, que la piel se convierte en altas dunas de arena blanca, ¡tan tersas! que no se atreve a mancillarlas. Tira del mando y busca otro rumbo en aquel femenino cuerpo. Pero cuanto más vuela, más le aguijona el hambre. Alcanza un valle. Es el cuello de la dama. Impresionante paisaje de un acantilado liso. Una hermosura extraviada ante los ojos del varón indiferente.
Juguetea encima del cabello aromoso. Encuentra unas líneas doradas como miel que lo admiran cuando las toca. El pensamiento de hombre en el cuerpo del mosquito, está confuso. Excitadas sus patas y ávida la espada.
Y el cuerpo masculino que ya duerme, se revuelve. Se agita con los paisajes que le envían los ojos del mosquito que se posa en el vientre de la mujer e hinca el candente acero. Absorto y ansioso succiona la sangre que lo sacia, mientras se aferra con sus patas a la piel que lo adormece.
El hombre excitado, rompe la inacción ante la pareja olvidada, levanta la pierna y con su peso restriega el vientre de la dama.