lunes, 21 de septiembre de 2009

Instinto, animal

Septiembre 2009
La señora de cabellos largos, teñidos de un rubio demasiado falso, compone su mundo ––el que está detrás de las ventanas con las cortinas plegadas –– y desarregla el mío ––el que existe en la calle, en los callejones del abandono.
Sus amigos, también de pelos coloreados, quieren ordenar lo que no es mío.
Afuera, los ríos de autos se debaten en el trajín diario en donde cada día hay que lidiar por un mendrugo de comida. En el restaurante, el grupo arregla lo que sólo existe de sus dientes hacia adentro. El tronar de sartenes no les hace mella. Están como posesos hablando de banalidades. Viven el momento, cuentan historias. Sus risotadas me alteran.
Desde la cocina llegan aromas y sabores. Me rugen las tripas de coraje y hambre.
Unos delantales, presurosos, se afanan por atenderles mientras las mujeres se vanaglorian de sus uñas largas, recién pintadas. Yo mastico y relamo el aire. Afuera los autos trinan en la noche que llega cansada.
“Ojalá alguno de ellos me adoptara aunque fuera para un circo”.
Con las orejas gachas y el pelo erizado, salgo a la calle por debajo de unas cuantas mesas.