Artidoro Gracia, 31 diciembre 2009
Hoy fue un día intenso como pocos. Empezó desde anoche con su luna llena, brillante en la punta de la cresta de un cielo negro y miles de estrellas como si fueran gotas de pintura esparcidas por aquí y por allá, con menos brillo, pero igual de hermosas como ella.
El sol llegó desde muy temprano, entró por las cortinas y empezó a calentar mi casa con delicia.
Durante el día de un azul inmenso, el aire soplaba fresco, limpio, y mecía los árboles sacudiéndoles las últimas hojas secas. Las tiró al piso, y después, las recogió cantando como si fuera el jardinero de la casa. Sin descansar, se siguió por el cielo, le barrió las pocas nubes y lo dejó tan limpio que parecía una pista de mármol que invitaba a danzar al ritmo de sus canciones.
Y yo absorto, paladeando el color del día, la calidez del sol y la frescura de la sombra de los robles en el patio.
Yo también cantaba y le ayudé al viento a recoger hasta la última hojarasca. Mis manos hicieron lo que a él se le dificultaba. Terminamos la faena siendo amigos y nos sentamos a esperar a que llegara la negra noche. Vendría de la mano de la luna llena.
Después, el viento me acompañó a recoger un poco de gruesa leña. No podía faltar en la chimenea para calentarme junto al gato que, hecho un ovillo, ronroneaba sobre mis piernas.
Ya estábamos listos para recibir a otro Año Nuevo. Y cuando mis ojos y oídos se llenaron de luces y de truenos, llegó acompañado de sus amigas; la noche y la radiante luna.
¡Que seas feliz, Año Nuevo!
jueves, 31 de diciembre de 2009
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