lunes, 26 de septiembre de 2011

Estuche del cielo

Anoche, cuando abrí el estuche del cielo, estaba limpio y oscuro. En el estuche apareció la luna como si fuera de concha nácar, grande, luminosa, servida en un plato brillante. Busqué otra luna para completar tus ojos. No la encontré. Me conformé con una sola luna llena y le platiqué de lo que sentía por dentro.
Cerré el estuche con la luna dentro, suspiré y me quedé dormido como si fuera un niño contento.
Entonces soñé. Tenía unas alas enormes, fuertes y me elevé por ese cielo oscuro. Enfilé hacia el rumbo en donde te encontrabas. Llevaba conmigo la llave de tu corazón ya abierto. Llegué, abrazé tu cuerpo, en silencio. No quise despertar tus ojos. Sonreíste. Pensé sabrías que era yo. Y me dejaste hacer. Besé tus mejillas y tomé tu cabello entre mis dedos.
Estabas desnuda, te sentí vibrar. Jugueteé con tu piel, la recorrí en todos sus rincones y valles. Bebí de tu aliento el sabor del cielo y me derretí como un helado de vainilla en los labios. Me quedé dormido en tu pecho, con la sonrisa pintada en el rostro, cansado de tanto sabor a ti.
Desperté. Abrí los ojos. Estiré los brazos para encontrarte a mi lado. Tú aún dormías. Miré tu cara y le dí un último beso. Me levanté repleto de silencio, sin mover un solo pedazo de las sábanas. Y volé tan lejos que llegué hasta en donde ahora estoy, lejos de tí.