Artidoro Gracia / Octubre 2009
Mi Estimada Señora:
Reciba usted mi más alta estima y admiración. Debo decirle que cuantas veces crucé el campo camino a su casa para visitarla, miré el rosedal de siempre, con bellos rojos, violetas y naranjas, capullos que reventaban como si fueran arcos iris con los que pintaba su cara y me anunciaban el color de sus mejillas. Y emocionado llegaba hasta su puerta. Al abrirme, usted siempre risueña, yo ponía en sus manos una de las flores cortadas a mi paso. Cada jueves tenía la oportunidad de conocer cómo estaba.
La semana pasada, al transitar por el sendero de siempre, miré el rosedal convertido en un páramo. Un lúgubre viento soplaba levantando un fino polvo que me hizo entrecerrar los ojos y un escalofrío recorrió mi espalda.
Presagié algo terrible y no tuve el valor para, por mi propio pie, avanzar e investigarlo. Alguien me ha dicho que su casa se está convirtiendo en un olvido. Las hiedras trepan por los muros y unas goteras aparecieron desde el tejado. Es por eso que decidí enviarle ya, esta tercera carta. De las dos primeras, no he recibido alguna respuesta.
martes, 20 de octubre de 2009
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