sábado, 29 de octubre de 2011
Mutación
Jirafas
El gorila
Tomé el teléfono y te busqué para invitarte a comprar un helado de vainilla y con eso calmar al gorila ciego.
lunes, 26 de septiembre de 2011
Estuche del cielo
Cerré el estuche con la luna dentro, suspiré y me quedé dormido como si fuera un niño contento.
Entonces soñé. Tenía unas alas enormes, fuertes y me elevé por ese cielo oscuro. Enfilé hacia el rumbo en donde te encontrabas. Llevaba conmigo la llave de tu corazón ya abierto. Llegué, abrazé tu cuerpo, en silencio. No quise despertar tus ojos. Sonreíste. Pensé sabrías que era yo. Y me dejaste hacer. Besé tus mejillas y tomé tu cabello entre mis dedos.
Estabas desnuda, te sentí vibrar. Jugueteé con tu piel, la recorrí en todos sus rincones y valles. Bebí de tu aliento el sabor del cielo y me derretí como un helado de vainilla en los labios. Me quedé dormido en tu pecho, con la sonrisa pintada en el rostro, cansado de tanto sabor a ti.
Desperté. Abrí los ojos. Estiré los brazos para encontrarte a mi lado. Tú aún dormías. Miré tu cara y le dí un último beso. Me levanté repleto de silencio, sin mover un solo pedazo de las sábanas. Y volé tan lejos que llegué hasta en donde ahora estoy, lejos de tí.
miércoles, 5 de enero de 2011
Hoy es tiempo (V)
De lanzar suspiros,
De fríos que empiezan a acariciar los dedos
Hoy es tiempo de cerrar ventanas,
De mirar cortinas,
De caminar despacio,
Hoy es tiempo de peinarse a solas,
De pintar cachetes de colores
De aves que vuelan apretadas,
De largas cadenas en el cielo
De días que salen de los brazos,
De las sienes, de mechones y de canas,
De la espalda, de todas partes,
Como borbollones formando caracoles
Hoy es tiempo de caminar despacio,
De llenarse de humo,
De cerrar cerrojos
De volcarse lleno,
De estrechar los sueños,
Hoy es tiempo de mujeres
Que nunca duermen solas
De hundir los pies descalzos,
De montar caballos,
De comer naranjas,
De no dormir las siestas,
De rascar las nubes
Hoy es tiempo de jugar al trompo
Hoy es tiempo de arrastrar la arena,
De jugar al gato loco
De corretear gallinas,
De trepar mezquites
De dibujar rayas en la tierra,
de regar las plantas,
De espantar las moscas
Hoy es tiempo de mirar tu cara roja,
De perderse dentro de tus ojos tristes
De volverse ufano.
Hoy es tiempo (IV)
De tropezarse en piedras
Hoy no es tiempo de volverse renco,
De gritar con los dientes apretados
Hoy no es tiempo de perder el tiempo en cosas locas
Hoy no es tiempo de golpearse el dedo del pie derecho
Hoy no es tiempo de amanecer despierto después de noches de volver el cuerpo
Hoy no es tiempo de lavar la ropa, ni brincar las trancas
No es tiempo de perder el tiempo sin mirar tus negros ojos
Hoy no es tiempo de perder el tiempo sin revolver tu pelo prieto
Hoy es tiempo de mirar tu rostro y llenarse de tus ojos llenos
Hoy no es tiempo de perder el tiempo sin tenerte siempre con la boca roja
Hoy es tiempo de caminar despierto por los caminos chuecos
Hoy es tiempo de besar tus labios, de perderme en ellos
Hoy no es tiempo de querer finito en tu amor bonito
Hoy es tiempo de llenarse el cuerpo con el cuerpo tuyo
Hoy es tiempo (III)
Olvidarán momentos
Aquellos que casi vuelan
Recogerán capullos tiernos
Aquellos que en el verano vieron
Ahora conocerán inviernos
Hoy es tiempo de olvidar infiernos
Es tiempo de morder los labios tiernos
De tanto escribir con tiento
De tanto escribir contento
Hoy es tiempo de apretar abrazos,
De morder los labios,
De abrir los brazos,
De sentir los vientos
De retozar los campos,
De perderse el tiempo,
De escribir contento
Hoy es tiempo de descansar por cierto,
De alborotar sin tiento,
La cabellera al viento
Hoy es tiempo de barajar los paisajes cientos
Hoy no es tiempo de escuchar lamentos,
Es tiempo de apretar los brazos
Dejar adentro quedos sentimientos
Hoy es tiempo de muchos tiempos
Hoy es tiempo (II)
De olvidar resabios
De perdonar agravios
Hoy es tiempo de la mujer trigueña
La que a duras penas
Hace de su vida amena
Es tiempo de llenar ventanas
Con música que sale de bocas llenas
Cuando la mujer despierta apenas
Es tiempo de desvestir la piel
Llenarse de sabor a miel
Y grabar el instante aquel
Es tiempo de hablarle a señas
De platicar de aquellas
Es tiempo de escribir poemas
A la mujer trigueña
Hoy es tiempo de romper cadenas
De amarrar aquellas
Que nos son ajenas
Es tiempo de contar estrellas,
De dormir con ellas
De decirles bellas
Hoy es tiempo de acariciar la luna
De trepar en el mar las dunas
De platicar con una
Que me cuente alegrías algunas
Hoy es tiempo (I)
De soltar las riendas a tus desenfrenos
Hoy es tiempo de contar historias,
De mirar los soles, de acurrucar pasiones
Es tiempo de mirar ventanas,
De entrar los soles a calentar rincones
Hoy no es tiempo de lunas llenas,
Es tiempo de lunas prietas, como la noche, de color oscuro
Hoy es tiempo de bailes, de brincos, de vestirse de colores
De vestirse del color del fuego
De un fuego que apenas empieza
Hoy es tiempo de apretar abrazos
De morderse en los labios
De flotar en los muchos vientos
Hoy es tiempo de escribir renglones
Hoy no es tiempo de anotar lamentos
Aquellos, lejos, regresarán contentos
Aquello cerca latirá por dentro
Hoy es tiempo de escribir contento
Aquello lejos te llenará de flores, cientos
Hoy es tiempo de retozar contento
Yo que nunca llego
Yo que nunca llego
Que no soy nadie
Junto a la silueta tuya
Y a tus sedas manos.
Yo que soy ajeno
De pelo corto
Y de poco rostro
De mejillas rojas
Como un señuelo
De camisa a rayas
Pantalón casero.
Yo que soy lejano
Que soy huraño
Que soy pagano
Yo que todo debo
Que nada acabo
Que todo empiezo
Que nunca llego
Que nunca bebo
Que siempre juego.
Yo que siempre sueño
Que siempre puedo
Que nunca quepo
Que nunca niego
Que tarde llego
A tu seno pleno.
Hoy es tiempo
De vestidos largos
De vestidos verdes
Hoy no es tiempo
De gritar a voces
De llamar demonios
Si el amor se acaba.
Yo que poco pienso
Que escribo poco
Y que poco a poco
Hasta me alboroto.
Yo que no soy yo
Soy un poco loco.
Tú, mujer que sueñas
Que no respondes
Que siempre dejas
Tú que eres seña
Que eres bella.
Mujer serena
Mujer que explota
Y que me alborotas
Mujer risueña
Que nunca empeñas
De lo que eres dueña.
Mujer que explota
Con la risa rota
Con los pies y botas
Mujer serena
Que todo empeñas
Que nunca agotas.
Mujer de largas botas
De palabras cortas
De nariz gaviota
Tú que Llegas, ríes
Que sufres, gritas
Quieres, brincas, gimes
Dejas, gruñes, gozas
Tienes, vienes
Bailas, vuelves,
Danzas, quieres.
Mujer que alboroza al río
Que te vuelca el frío
Te derrite el fuego
Te convierte en juego
Y que te gusta el juego.
Hoy es tiempo
De dejar aquello
Que te deja quedo
De pedir aquello
Que te deja ciego
Que te deja lejos.
Yo pido aquello
Que me deja ciego
Que me deja mudo
Que me deja cerca
Que me queda luego.
Yo pido aquello
Que el suspiro arranca
Como a un vestido
Mientras puedo y quiero
Mientras quito aquello
Que me impide verlo
Mientras puedo y abro
Todo lo que cerrado
Quieren siempre quede.
Yo quiero aquello
Que las puertas guardan
Con un gran recelo
Y cuando puedo abrirlo
Casi miro el cielo
Y quiero aquello
Porque siempre puedo
Y porque siempre quiero.
Mientras el sol la enlaza
La luna se encarama
En sus largas piernas
Y en ella se descarga
Con la cara tierna
Ella recuerda y sueña
Mientras el sol penetra aquella tierra
La luna mira con cara larga
Y ella quiere
Lo que el sol le quema
Mientras la cola larga
Que el cometa carga
La luna entrega
En las recias piernas
De su sol que bramaArtidoro Gracia/enero 2011
La acera recibe unos pasos en una mañana helada y se detienen ante un portento. Con la cara volteada hacia el Gran Castillo un enorme ahuehuete, cabizbajo y con algunas ramas rotas, entristece solitario. Parece que recuerda sus días de gloria, cuando con sus potentes brazos retaba a la más fuerte de las tempestades que con rencor lo azotaban. Hoy, ya es un anciano. Hasta los pájaros con sus nidos se han mudado.
El valle despertó temprano y está recién bañado. Unos caseríos pardos salpican los montes y de cuando en cuando, allá arriba, en el cielo, unos avispones de acero blancos, bajan y aterrizan. Al mismo tiempo, otros, como si se espantaran, levantan el vuelo y se alejan velozmente. Y a lo lejos, las montañas, como si fueran grandes manos, encierran a la ciudad y la aprietan con sus gigantescos dedos.
Un hombre duerme. Otro rasca la guitarra con la aurora, y uno más, tañe las campanas. El anciano ahuehuete los mira y los escucha. Ya sus piernas hincadas en la tierra no pueden llevarlo hacia donde él quisiera. Sus brazos caídos no alcanzan a nadie, ni siquiera a esa guitarra que lastimeramente lo acompaña como el sonido del viento cuando atraviesa su follaje. Los bigotes caídos parecen largas ramas de sauces llorones y tienen tintes grises. Son las vendas que curan su cansado tronco. El ahuehuete dormita y sueña cansinamente.
¡De cuántas encarnizadas batallas ha sido testigo este gigante adolorido! Batallones que presurosos suben y bajan las cuestas del viejo castillo, pasan bajo su sombra. ¡Cuántos hombres en guerra recargan la espalda en su tronco para guarecerse de los tiros!
Rifles, fusiles, bayonetas caladas, machetes y mosquetones se trenzan en el fragor de los fuegos. Humos, olor a disparos, gritos, caballos con riendas sueltas, desbocados. Desbandadas, luchas cuerpo a cuerpo, nadie triunfante, todos vencidos.
Y en las paredes del Gran Castillo macizo, truenan los viejos cañones, que con el tiempo, serán piezas de rara artillería en los salones de sus museos. El férreo ahuehuete sirve de escondite a los defensores. Y en sus ramas frondosas estallan los mosquetes y granaderos. Aguantan como aguanta el hierro el golpe del herrero embravecido.
Los rostros con color del fuego, los pechos prietos descubiertos, los corazones rotos, partidos por el acero. Charcos rojos, hilos que enrojecen las huellas de los que escapan y luego quedan como cascarones de tierra seca. Metal y madera rotos. Pólvora quemada, lenguas de llamas que se levantan. Caballos que bufan, hombres que se lamentan, humaredas que se elevan revolcándose. Jirones de una bandera que ondea cabizbaja y corta.
Los pájaros se desperdigan, ningún valiente retrocede ni se amilana. Las huestes que defienden al Gran Castillo se redoblan. Y los hombres recios sobre los cuerpos caídos, ufanos empiezan a convertirse en la leyenda, junto al árbol altivo. Escriben ellos mismos su incipiente historia. La labran febriles en el tronco del frondoso árbol. Bandoleros de los tiempos, forjados a tierra y piedra. Estampidas de corceles, sudorosa la tropa hambrienta. Intentan apagar las llamas, se echan a cuestas a los malheridos. En el tercio de la tarde, la cuesta a la muralla del alcázar se les hace eterna. Interminable como el estío. Larga la culebra de las bayonetas apuntando al cielo. Se alinean en el camino curvo que los lleva, ya pronto, al encuentro de su destino y su leyenda.
Al llegar a la puerta, el primero de aquellos aguerridos fieros, una mujer ya lo espera con el laurel en las sienes. Él la toma del talle y la arrastra hacia su herido cuerpo; ella con los brazos anudados en la espalda, las mejillas brillantes y los labios sueltos y temblorosos. Emocionados.
El ahuehuete altivo como ciervo en el bosque, es testigo del encuentro de aquella sangre y de aquél femenino fuego. Encuentro de labios, víctimas inocentes de la cruenta guerra. Mejillas morenas, manos con dedos férreos. Chispazos de sueño de crudos cuerpos.