sábado, 28 de enero de 2012

El rojo de tu sangre

Me desprendí volando muy rápido de mi tierra,
Estrujé el cuerpo encima del rojo de su sangre,
Abandoné el olor de sus mil tupidos azahares,
Del estiércol de vacas y el son ladino de aves.

Dejé el canto madrugador de celosos gallos,
Del cerrado rocío que empapaba mis pies fríos,
De la presencia tuya, fugaz brasa repentina,
Húmedas mejillas, volcán de fuego pasajero.

Me desprendí volando, águila en la cordillera,
Testigo perenne, eterna y leal compañera,
Mujer no inerte, mujer pulcra, de boca ardiente,
Espejo de mis ojos, dulce enamorado antojo.

Me desprendí volando muy rápido de mi tierra,
Y te quedaste en ella, pura, sedienta y bella,
El rojo de su sangre se atrevió a teñir la esfera,
La esfera de tus ojos, de negro tu cabellera.

Cuando el manto negro de la noche tapó la tierra,
Y el ígneo rojo también desapareció con ella,
La enorme mancha de una luna brotó casi llena,
En medio de la nada, pronto apareció risueña.

Se parecía a tu boca, grande, satisfecha y plena,
Me acompañó siempre, durante el agitado vuelo,
Que te disfruté completa y te sentí serena,
Me retiré volando de mi roja, prieta tierra.