lunes, 16 de noviembre de 2009

Luna de septiembre

Artidoro Gracia, 2009

Alguien dice que la luna de octubre es la más bella. Si la comparo con la de septiembre que apareció anoche, la de octubre se queda corta.
En mi ventana estaba su brillo. Parecía un gajo de una gota de agua. Unas nubes como algodones blancos que por ahí pasaban, la sostuvieron.
Pensé que esas nubes eran tu cabellera. Y entonces la luna se convirtió en alguno de tus collares de plata.
Y siguió brillando mientras la contemplaba. Embelesado quedé mientras me arrullaba en su brillo.
Me quedé dormido, pensando en la luna. Pensaba en las nubes.
Soñando en tu cabellera.

Amelia

Artidoro Gracia, 2009

Amelia era su nombre. Nadie sabía de dónde venía, tampoco que significaba ese nombre. Sólo respondían a ella como responder a la necesidad de comer o de saciar la sed.
Así era su nombre. Amelia, La de la revolución que había empezado y nadie sabía cuándo terminaría. Los remolinos de polvos que se abrazaban a los lomeríos no tenían las fechas. Indicaban sólo tempestades de calores y de tierra. Chamizales, matorrales y lagartijas estiradas en la sombra.
Amelia no era nada, sólo mujer de manos callosas y corazón blando, que ofrecía comida hervida y guisados sin grasa. Por todos lados, por cualquier parte de los pisos de tierra mojada.
¿A quién le importaba si era de tarde o era a mediodía? A nadie le interesaba. Aquí el tiempo era una nadería. Importaban más los climas, si hacía calor o frío.
Nada ocurría si así lo deseaba la tal Amelia.

Catedral de Morelia



Artidoro Gracia, 2009

Catedral de cantera, de hierro macizo y de muchos dolores, de anchas cintillas de piedras todas ellas. Catedral de mujeres y niños dormidos, envueltos en gabanes de pálidos amarillos, hombres que acorralan sus quejidos, mujeres que caminan en muchos pasos, van y vienen como si fueran las olas, que arrebatadas desaparecen en su arena de muchos colores. Esquinas de hierro que suben al cielo, se pierden en el reflejo de un cerrar de ojos, agachas la cabeza y respiras de nuevo.
Catedral que termina en la plaza de globeros, catedral que rezas cada tarde de domingo, de lunes a viernes, también los domingos. Sin prisa, el tiempo en ti se resbala, caminas como la tierra, sin que nadie lo sepa, acumulas los polvos de muchas lloviznas.
Catedral que opacas las otras pequeñas capillas.
Adiós catedral, de ti se van los abriles, te quedas y dejas a las mujeres, gimiendo por aquellos placeres. Adiós catedral te quedas y quejas, sin ti las calles no se asemejan a nadie, ni se parecen a los filibusteros que brincaron por tus arroyos.
Libros y peines, pañuelos, juguetes, tamales, pozole, niños con globos.
Adiós catedral de muchas esquinas y varias canteras, de espigas e incienso de velas. Columnas y piedras, pisos cubiertos de mármol.
Catedral que arrancas esperanzas de muchos ajenos.
Adiós catedral te quedas y olvidas.

Canto al puente romano


Artidoro Gracia, 2009


Puente romano
Sobre el Guadalquivir
¿Cuántos años habrás tardado
Para tomar un color así?

Puente romano
Puente de arcos
De muchos retratos
¡Eres tan angosto!
Que haces pasar malos ratos

Unes a la Calahorra
Con aquella Mezquita
Las besas a cualquier hora
Con agua del río bendita

Puente romano
Que del río sacias tu sed
¿Cuántos años habrás tardado
En pintar de este color tu piel?

Torre de la Calahorra
De cientos de visitantes
Ofrece tu puente ahora
A todos en un instante

Puente romano
Es el tiempo y es el sol
Quienes te han teñido a mano
Y te han llenado de color

Puente romano
Unos te dan y otros te quitan
Te toman de ambas manos
Y unen la Torre con la Mezquita

Torre de la Calahorra
Testigo mudo y testigo fiel
¿Quién eres tú que deshonras
Con tu belleza a cualquier mujer?

Puente romano,
¿Quién será quién se atreva
A contar cada piedra tuya
Cada junta que las une
Cada palmo que se mira?
Puente de damas
De niños y de quijotes
Puente de corazones
De caminatas y de algunos trotes

Córdoba es tu guarida
Donde te curas las heridas
Los tropezones y las caídas
Tus desvelos y tus dormidas

Córdoba te guarda de la rapiña
Por el norte con sus montañas
Por el sur con su campiña
De noches y de mañanas

¿Dónde habrán quedado los califatos
Las mil seiscientas mezquitas,
Que entre llantos y tus cantos
Te habrán contado sus cuitas?

Tu puerta en el oriente
Tu torre por el poniente
Son tus señales, ¡oh puente!
Que todos ven y todos sienten

La Torre de San Rafael
Ha sido como el pincel
Que te ha pintado de muchos ocres
¡Y te ha bañado el color tu piel!

Torre de San Rafael
Ha sido tu mazo y cincel
Los dos a la misma vez
¡Que te ha trazado con cal y cordel!

Puerta del Puente
Triunfo de San Rafael
Han sido muchos los valientes
¡Que han pasado por ti a tropel!

Oda a Córdoba

Artidoro Gracia, 2009

— ¿De Córdoba qué cosas hay para ver?
Pregunta el viajero aquél.
—De cosas, encontrarás más de cien.
¡Ya verás lo que tú ahora no ves!

— ¿De Córdoba qué hay para oír?
Pregunta el viajero en su ir y venir.
—De las cosas que hay que oír, hay más de mil.
¡De las cuales, muchas de ellas, podrás repetir!

— ¿De Córdoba qué hay para degustar?
Pregunta el viajero además.
—De todo habrás de saborear.
¡Ya tendrás el tiempo de ellas probar!

— ¿De Córdoba qué hay para tocar?
Pregunta el viajero mordaz.
—Ya lo verás en tu largo caminar.
¡Lo que quieran tus manos palpar!

— ¿De Córdoba qué hay que leer?
Pregunta el viajero aquél.
—Lee el tiempo que pasa por doquier.
¡Mucho de él tendrás que aprender!