martes, 11 de agosto de 2009

Hombre que vuela

Agosto 2009


En la madrugada llegué en silencio a tu lecho y me recosté a tu lado. Sentí el latir de tu corazón y el correr de la sangre por tus venas. ¡Cuánto calor emanaba de tu cuerpo dormido! Acaricié tu cabello con temor a despertarte. Pero seguías profundamente inmerso y me hubiera gustado saber lo que había en tus sueños. Imaginé tal vez que volabas, con grandes alas e ilusiones y no quise interrumpirte. Me adapté al ritmo de tu respiración para impulsarte más en ese posible vuelo. Y no resistí la tentación de besar tu mejilla y noté una incipiente barba que no te conocía.
Desvié la mirada y encontré unos vellos en tus piernas desnudas. Y me sentí un extraño. Te habías convertido en lo que ya eres, en todo un hombre.
Seguí abrazado a ti y escuché el aliento del niño dormido. No pude distinguir si había una sonrisa en tus labios. Supongo que sí. Siempre la tienes dibujada en el rostro. Por eso, cuando te miro pensativo y triste, sufro.
Cuando te abrazaba por la ancha espalda, quise transmitirte mis sentimientos. Ojala y mientras vueles, los hayas percibido, si no es ahora, mañana cuando te despiertes. Y cuando lo hagas, ¿sabes? ahí estaré cerca, contigo, como ahora lo estoy, sintiendo los fuertes brazos que aún te crecen. Porque estás creciendo y no lo notas. Pero yo, cuando salgo de viaje y pasan días sin mirarte, a mi regreso, te veo más fuerte, más completo. Estás perdiendo esas últimas facciones infantiles de tu mirada.
Porque la necesitaba, seguí aferrado a tu calidez. Eres ya un hombre que vuela.