domingo, 4 de octubre de 2009

Otoño de colores

Artidoro Gracia, octubre 1999

Los árboles se desnudan acompañados de un vals de colores que brincan entre sus copas. Están cambiando de piel. Ahora de verdes, ahora de amarillos y ocres. Pequelas llamaradas de colores estallan en el bosque. Las hojas se bambolean en su caída, van y se posan en el piso y forman mullidas alfombras caprichosas. La melancolía es la compañera de los bosques cuando cambian de colores al iniciar el otoño.
La melancolía también se viste; primero de verde, después del amarillo suave, luego se desnuda entre canciones que le canta su amante, el viento.
Pero no sólo los colores se miran en el bosque. También hay olores que se sienten. El olor del aire que barre las hojas. El de la lluvia que las lava, de la tierra húmeda, tendida a los pies de los castaños, arces, hayas y robles.
Los olores en otoño son de un color amarillo. La tierra mojada huele a setas, a hojarasca seca, a cáscaras añosas pegadas a los troncos. En estos bosques se antoja ser un jardinero. Cultivar los arcos iris, regarlos y podarles sus crestas. Arcos iris que se forman con los cientos de colores, de pinos, abedules, acacias y madreselvas. Los colores del arco empiezan en el bosque, van y besan la tarde y su cielo. Después regresan a besar de nuevo al bosque, forman una larga curva, recogen y cuentan las últimas gotas de lluvia que se desprenden de sus madres, las nubes.
El musgo, los encinos, alcornoques y algarrobos están siempre verdes. No cambian. Contrastan con los ocres de otros altos y frondosos árboles.
En estos bosques se antoja ser su cocinero. Cocinar todos los olores que se encuentran, las cáscaras de nueces, de castañas y de hongos. Sazonar la humedad de la tierra con la brea de los pinos.
No sólo colores y olores hay en estos bosques. También hay sonidos que parecen melodías. Hay música de las aguas cristalinas de ¿cuántos riachuelos y arroyos que se forman en las piedras? Melodías de pájaros locos y silvestres que se aprestan en sus nidos. Rumbas de las ramas que se mecen y golpean a otras ramas, que rechinan, que silban. Música de hojas que se alborotan que se resisten al aire cuando las corteja. Melodía de la lluvia cuando con sus gotas tamborilea los troncos huecos de los pinos y abedules. Repican las campanas de las piedras cuando ruedan al pisarlas. Ecos de mis gritos cuando busco encontrarte en mi camino. Ecos de pisadas cuando corro en la madrugada. Hay una música de tambores, son los golpes de las castañas contra el piso. Rebotan y se acuestan en la campiña.
No sólo los colores, olores y sonidos se encuentran en el bosque. También hay sabores y sentidos que apetecen. Frescos que se sienten en la piel dormida, que llenan los pulmones cuando se respira el frío en la mañana.
La piel se eriza con la llovizna alegre, menuda y fría. Las luces de las hojas que aletean, giran y dan vueltas cuando caen al piso. Olor a frutos de árboles; nueces, bellotas, castaños y semillas. Acacias y nogales. Rosales y laureles. Todos ellos erizan cualquier piel dormida.
El bosque es como una mujer que se desnuda en otoño.